Ninguno
de los dos sabía muy bien como habían acabado así, en la situación
que estaban. La verdad es que esa había sido una tarde bastante
normal, parecida a todas las demás: Se habían reunido todos en el
piso de la guitarrista para jugar un rato con la consola, como solían
hacer cada sábado; tras un rato, habían apalizado a Murdoc un par
de veces cada uno y este, algo quemado, le había clavado el codo en
las costillas a 2-D, dejándolo dolido y acurrucado en el sofá por
unos momentos. Después, habían dejado en pausa el juego y Russel
había ayudado a la pequeña a servir la merienda. Luego, tanto
bajista como baterista se fueron a arreglar asuntos para un próximo
concierto en alguna sala nocturna. 2-D se quedó jugando un rato más,
ya que vivía cerca y aún no era tarde. Piques, risas... Hasta ahí,
todo bien.
Lo
que estaba muy fuera de lo normal
era que, en algún momento entre las riñas cariñosas y las
cosquillas, uno había acabado encima del otro, apretujados en el
sofá. Sus caras estaban muy cerca, notando cada uno la respiración
ajena. Sonrojados de calor y jadeando, se dieron cuenta de la
situación y enrojecieron aún más. De pura vergüenza, el chico se
incorporó de un salto.
-Yo...
perdona por est- pero la chica negó con la cabeza, sonriéndole.
-
No tienes porqué disculparte, al fin y al cabo solo estábamos
divirtiéndonos. ¿O no? Además... - añadió con una sonrisa,
dándole la espalda y yendo hacia el balcón- a mi no me habría
importado seguir.
Antes
de que el joven pudiese asimilar completamente el sentido de esa
aclaración, sonó el timbre, asustando a ambos. La morena fue hacia
el telefonillo y pasó unos segundos hablando.
-
Era Murdoc, que ha olvidado los papeles del grupo el muy idiota...
voy a bajárselos ahora en un momento.
-
Ya se los bajo yo, que es hora ya de que vuelva a casa.- Respondió,
mirando el cielo oscurecido.
-
Como quieras... espera que los busco.- Examinó toda la sala hasta
dar con una carpeta de cartón azul, que le entregó a su amigo. Tras
esto, ambos fueron hasta la puerta y se despidieron con un par de
besos en la mejilla. Pero él no se movió; en lugar de eso, ambos se
quedaron mirando por un momento, sin moverse. «A mí no me habría
importado seguir», sonó en la mente del chico. Casi sin pensarlo,
se acercó poco a poco a ella, le acarició la mejilla y la besó
suavemente. Luego, sin dar tiempo a nada más, se fue rápidamente
escaleras abajo. Ante eso, la muchacha cerró la puerta con cuidado.
Sonrió de nuevo: de todos esos sucesos tan fuera de lo
normal había sacado una alegría
bastante difícil de quebrar.